Un cuento ilustrado de cómo dos pueblos
decidieron los límites de sus fronteras
poniendo a andar a sus ancianas.

Sin ser capaces de decidir el sistema para marcar la frontera de sus municipios, los alcaldes de dos pueblos vecinos decidieron seguir un curioso consejo de uno de sus sabios: poner a andar a sus dos mujeres más ancianas a la misma hora por el camino que unía sus tierras. El punto en el que se encontraran marcaría la frontera de las dos aldeas.
A primera hora de la mañana, la preocupada familia de la abuela del Pueblo del Trigo le preparó un paquete con algo de comer. Con sus pequeños pero divertidos pasos, la risueña abuela empezó su camino.
Justo a la misma hora, en la Aldea de la Uva, la abuela escogida por su pueblo también empezó su caminata. Esta tranquila abuela de largas piernas andaba lentamente pero a grandes zancadas. ¿Cuál de las dos recorrería más distancia?
Al cabo de un rato de andar, a la abuela risueña le empezó a entrar hambre. Decidió sentarse a la sombra a descansar y miró el contenido del hatillo. ¡Su bocadillo preferido!
Después de comerse el bocadillo, a la abuela risueña le entró el sueño, y se quedó bien dormida. Así fue como la abuela de la Aldea de la Uva consiguió recorrer, sin prisa pero sin pausa, el resto del camino hasta encontrarse con la abuela durmiente.
He aquí del porqué estas dos aldeas quedaran dibujadas de una forma tan desigual en los mapas; y también el porqué en algunos lugares hacer la siesta está muy mal visto.
Barcelona, 2017